viernes, 11 de diciembre de 2009

A MODO de casi DESPEDIDA



A las brujas nos gusta volar; vagar, viajando sobre nuestras escobas para poder ver el mundo, los paisajes, y a las personas desde un privilegiado punto cenital. Cuando tratamos de andar por tierras ya sembradas o por los jardines ajemos los pisoteamos, pero sin maldad. Travesuras mal entendidas por el resto de los mortales, que cada vez alejan más su vista del cielo y por eso no nos ven serpentear por allí; sobre todo en noches de luna llena. Nuestra lenguaje tiene que ser necesariamente osado, vulgar y lenguaraz. Insultante a veces. Ese es nuestro orgullo, nuestra seña de identidad. Nuestro humor y nuestra ironía sólo pueden ser entendidos por gente como nosotras, capaces de creerse que están sobre el bien y el mal. Es un juego delicioso que no todos tienen la inteligencia-o la malicia- de querer aprender a jugar. La brujería es un reducto que acoger sólo a unas cuantas escogidas. En este mundo el proselitismo es vano: Solo acuden las predestinadas, es decir, las que de por sí son brujas y no se habían dado cuenta de ello. Y las fisgonas. Pero éstas que se compren una escoba y traten de montarse en ella, verán como se les pone los mulos con la fricción. Así que queridos Lavengros* Hasta que aparezca por algunos de vuestros blogs, porque el mío no lo cierro pero quedará tal como está. La Proclama que reproduzco es muy potente; me la dictó una bruja inglesa hace unos tres años.


* Lavengro no es un insulto, es una palabra Romaní que quiere decir escribidores y que se utiliza en la brujería.

miércoles, 9 de diciembre de 2009

PORQUE ME LLAMO BIGOTA, dedicado a Maria Jose Moreno


Antes se cansará la mente de imaginar
que la realidad de maravillarnos.

CARMEN
Doña Ursula siempre era puntual y llegaba una hora antes de la cena. Luis esperaba con el papel fijado en el tablero, afilando el lápiz y sin permitirse tocar el inacabado dibujo en el que había trabajado el día anterior.
Algunos meses atrás, doña Ursula entró en aquella casa por primera vez a saludar a Magdalena, a la dueña, y quedó enganchada al apetitoso olor a puchero que venía de la cocina. La acababa de conocer y ésta la había invitado a cenar conmovida por todas las penurias que aquella mujer, recién llegada a la ciudad, le había contado. Pero más conmovidos quedaron todos los miembros de la familia, padre, madre e hijo; al contemplar la forma voraz y desesperada con la que aquella señora, de porte altanero y señorial, atacaba el humeante plato de cocido.
Corrían malos tiempos y por eso, desde entonces, doña Ursula se dejaba caer por allí un día sí y otro más, hasta que acabó siendo un invitado perpetuo. Se había ofrecido a enseñar al niño de la casa los rudimentos del arte de dibujar porque, afortunadamente para ella, se dio cuanta de que el chico también era habilidoso con el lápiz y ella lo hacía con sobrada maestría.
Siempre iba vestida de negro, con unas tupidas medias del mismo color y se cubría la cabeza con un velo al salir a la calle. Llevaba luto por su esposo y por un hijo único que le mataron en la guerra. Su ropa estaba algo ajada pero tenia visos de haber sido de calidad. En verano se refrescaba con un enorme abanico que llamaba pericón y en invierno y en épocas más frescas se tapaba con un deteriorado mantón de largos flecos. Era morena, de ojos grandes y casi saltones. Presumía de que, a sus casi ochenta años, no tenía ni una cana. Pero no era verdad, porque la raya que se hacía en el centro de la cabeza, destacaba tanto, que mas bien parecía trazada con tiza blanca. Remataba su peinado con un moño recogido en la nuca y dos caracolillos pegados, con fijador, en la frente.

Cuando don Juan, el cabeza de familia, aún no había llegado, doña Ursula sacaba una petaca con tabaco negro picado y una carterita de papel de fumar y con gran destreza manual liaba un cigarrillo y lo sellaba con un suave lengüetazo.
—Después de cenar, cuando se acueste tu marido, que viene cansado, me lo fumo. — Le decía doña Ursula a Magdalena, quién siempre respondía lo mismo:
—No sea usted tonta mujer. No ve que esta casa es pequeña y él huele el tabaco desde la cama. Ya hace tiempo que me ha dicho que no le importa.
—Pero el respeto es un respeto. Fumar delante de don Juan, y en su casa, nunca.—Afirmaba la anciana.
Luis, que entonces acababa de cumplir los trece años, no sólo había asimilado con dedicación los consejos de doña Ursula, sino que apuntaba claros destellos de tener talento y una aptitud innata para el dibujo. A la improvisada profesora le encantaba hablar con él mientras la madre preparaba la cena en la cocina y no les podía oír. Con su pose de gran señora nunca tuvo el detalle de echarle una mano. Ni siquiera ayudaba a retirar los platos de la mesa. Quizás pensaba que una de sus clases valía mucho más que el grosero plato de cocido que tomaba todas las noches; por mucho que ello fuese la única fuente de alimento de que disponía.
—Luis, cariño, escúchame con atención. Eres muy inteligente pero puede que en este momento no entiendas esto que te voy a contar. Pero no te esfuerces; más adelante lo verás claro. Pero quiero que me prometas que será un secreto entre nosotros. Doña Ursula le pegó una profunda calada al cigarro y una densa y apestosa bocanada de humo se estrelló en la cara de Luis. —Tú y yo fuimos pareja en una vida anterior. Te hice mucho daño y ahora nos hemos vuelto a encontrar para que yo salde mi deuda enseñándote. Por entonces vivíamos en Córdoba. Yo era condesa y me llamaba Carmen y tú un joven escritor que se llamaba Jesús quien, en aquella época impregnada de romanticismo, se suicidó por amor. —¿Entonces, usted ha venido de otra vida para enseñarme a dibujar, verdad, doña Ursula? —No exactamente. “Pero el puchero bien que te lo comes”. —Murmuró Luis.
—Más que nada he venido a “iniciarte en la magia” por eso, cuando mamá está en la cocina te cuento, en voz baja, esas cosas que tanto te gustan y que ambos compartimos en secreto. Ese conocimiento te dará poder y habilidad para poder triunfar cuando seas adulto. Para salirte siempre con la tuya, como diría la simple de tu madre.
Luis no la comprendía, pero la escuchaba atento y con respeto. Pero lo que en verdad le interesaba y le atraía era la casa de la “Bigota” que estaba situada no muy lejos de la suya y que era tan grande que daba a dos calles. Aunque estaba flanqueada por una alta valla de mampostería repleta de hiedra, tenía una verja de entrada al jardín a través de la cual Luis podía lanzar miradas furtivas hacia el interior, tratando de adivinar qué podría haber detrás de la gran puerta de madera que se vislumbraba al fondo. En el barrio se sabía que allí vivía una anciana con su hija y que eran gente pudiente que nunca habían dirigido la palabra a los vecinos. Los jueves por la tarde un taxi venía a recoger a la hija: Una mujer de una belleza extrema, con unas preciosas piernas que fascinaban a Luis. Éste simulaba jugar a solas en la acera de enfrente para verla salir y percibir el perfume que llegaba hasta donde se encontraba él. Olía a gloria, no como doña Ursula, que no lograba ocultar su olor a tabaco negro poniéndose colonia barata.
“La Bigota es una bruja.” Le habían dicho los otros niños del barrio. “Todo el mundo lo sabe. Nadie quiere entrar ahí, además dentro de la casa hay un monstruo. Y la hija es una puta que se acuesta con el comandante de aduanas del puerto.” A Luis, todas aquellas habladurías le daban igual. Sentía atracción por aquella casa y deseaba ver a la hija de la Bigota de cerca, cara a cara. En cuanto a la vieja; tenía un rostro indefinido surcado de arrugas y sus ojos proyectaban una mirada perdida, casi como si no tuviese ojos. A veces, se la veía merodeando por el amplio, frondoso y descuidado jardín, arrastrando, con su pausado andar, las hojas secas que lo alfombraba.

Una vez, al pasar ante la verja, Luis se paró al oír unos gruñidos que venían de dentro de la casa !Calla ahora voy, coño¡ Gritaba aquella vieja con voz potente y ronca. El niño se había apoyado en la verja y ésta, que tenía el cerrojo abierto, cedió chirriando un poco, lo suficiente como para que la Bigota notara su presencia.
—Entra, cariño, entra, entra, no tengas miedo. —No tengo miedo, yo ya tengo una amiga bruja. La vieja sonrió extendiendo las manos amigablemente en señal de invitación.
—Ven hombre, ven ¿Quieres ver mi casa? “¡Entrar en casa de la Bigota!” pensó Luis mientras decidido y alegre se dirigía hacía donde se encontraba la vieja.
—Límpiate los pies en el tapete que el suelo está encerado. Una vez dentro, Luis pudo comprobar que la casa de la bruja Bigota no era inhóspita, olía a limpio y emanaba el mismo perfume de azahar que los naranjos del parque. —Acompáñame—dijo la vieja tomando al niño de la mano y recorriendo un ancho y largo corredor en cuyas paredes colgaban espejos a ambos lados y en donde, al mirarse, Luis se veía a si mismo multiplicado. La fuerte pero cálida y suave mano de la vieja arrastró al niño, que se encontró en un dormitorio casi sin darse cuenta.
Allí olía distinto. Era un olor rancio y dulzón, algo así como huelen las iglesias. También percibió como ese olor se mezclaba con otro más desagradable que parecía venir de una puerta que estaba cerrada.
La Bigota le volvió la espalda para sentarse en un taburete, frente a un tocador. Soltándose el recogido, dejó que una larga melena de pelo gris y encrespado cayese sobre sus hombros. Antes, cuando aún estaba de pie, se había quitado la amplia bata de color gris ceniciento quedándose con un salto de cama transparente.
Luis permanecía atento pero, dada su pequeña estatura, no podía ver la cara de la Bigota en el espejo de la coqueta. —Vamos a ver, ¿cómo te llamas, cariño? — Le preguntó la vieja con voz menos quebrada.
—Me llamo Luis y vivo un poco más arriba. También conozco a su hija...bueno quiero decir que la veo salir todos jueves. Es...muy guapa.
—Sí que lo somos— respondió la vieja— ¿Es verdad que dicen que soy bruja?
—Si señora, y que se llama usted la Bigota y también dicen que...su hija es puta.
Ella soltó una sonora carcajada provocando que se volviesen a oír los gruñidos que habían llamado la atención de Luis desde la calle y que ahora era fácil adivinar que venían de detrás de aquella puerta. El niño perdió de vista a la Bigota por un instante para mirar a su alrededor: Se encontraba en la nada. Y las paredes eran el infinito que rodeaba a la coqueta, a la cama y a la puerta cerrada. —Bueno, señora, me voy que es tarde y doña Ursula estará al llegar.
—Espera ¿No querías conocer a mi hija? Y diciendo esto, la Bigota se levantó del taburete volviéndose hacia él para pedirle con voz cadenciosa. — Espera, hombre, espera, vas a yacer conmigo.
Luis la miraba estupefacto. La vieja se había trasformado: Ahora era la hija que, acercándose a él, lo desnudó, tomó sus manos y las puso sobre sus turgentes pechos.
El niño se estremecía, pero no de miedo; sino de excitación, aunque la verdad es que no era primera vez que sentía aquello, pues ya le había pasado otras veces cuando pensaba en las preciosas piernas de la hija de la Bigota. Pero ahora la tenía frente a él y se sentía envuelto en el embriagante perfume que tanto le gustaba.
—Échate encima mía, Luis, y deja de tocarte eso. —Se lo pidió con una poderosa voz que parecía salir de todo su cuerpo. Estaba desnuda y tendida en la cama, luciendo una hermosa, larga y ondulada melena rubia. El niño comprendió lo que iba a sucederle pero, como aún le quedaban unos segundos para perder la inocencia, le preguntó bajando la cabeza azorado y mirando su pequeño pene completamente erecto.
—¿Cómo te llamas?
—Nos llamamos Laura
—¿Tu madre también?
—Las dos somos la misma. Antes me has dicho que tienes una amiga bruja ¿No te ha hablado ella de estas cosas?
Luis aún permanecía de pie, junto al borde la cama. —La bruja que yo conozco se llama doña Ursula, bueno no exactamente así, creo que antes fue Carmen. Me habla de vidas pasadas y de esas cosas. Pero cuando habla como Carmen sigue siendo igual de mayor. Decidido a saltar sobre aquel hermoso cuerpo, Luis sólo atinó a exclamar —¡Lo tuyo es mejor, Bigota¡
— ¡No me llames así¡ —Gritó ella y se volvieron a oír los gruñidos. —Venga, chaval, hazlo ya, que “Coco” se impacienta. En el momento en el que él fue capaz de franquear aquel frondoso y aterciopelado bosque marrón y logró atinar torpemente en el sitio correcto, sintió aterrorizado como un cuerpo peludo y de piel áspera se abrazaba al suyo por detrás: Era “Coco”, el gorila.

El niño se lo contó a su madre, está al padre y el padre al padrino, que era abogado, y éste aconsejó que tenia que reconocerlo don Juan, el médico. —No tiene desgarro ni irritación en el ano. —Dijo el galeno con profesional indiferencia.—En cuanto a esto,—añadió cogiendo el pequeño pene para mostrar el rojo e irritado prepucio del niño— esto sí, aquí sí puedo certificar que está desflorado.
Aún estando en el embarazoso trance de verse desnudo ante todos los presentes, Luis fue capaz de hacer una deducción y, al oír lo de desflorado, pensó: “Claro, ahora comprendo porque los chicos mayores le llaman “capullo”.
—En fin,— comentó el padrino y abogado con aires de suficiencia — resulta claro que, legalmente, no tenemos nada. Se lo puede haber hecho él mismo; y en cuanto a lo de la casa, la vieja, la joven y el mono, sólo tenemos la palabra de Luisito. No hay testigos ni pruebas. Lo negarían todo diciendo que se trata de una fantasía del niño. Tenemos que olvidarlo y dejarlo estar. Nos enfrentaríamos con gente influyente.

—Por favor, doña Ursula, que quede entre nosotras.—Rogaba Magdalena después de haberle contando a su amiga el dramático episodio.
—Óyeme, mujer. “Creo que será imposible que ésta lo entienda”. Pensó para sus adentros. —Lo que le ha sucedido a Luis ha sido positivo para él. Ahora está inmunizado, protegido contra esas malas artes que utiliza la brujería. La trayectoria de su vida se vislumbra plácida y rodeada por la magia.
—Deje de decir esas tonterías, Ursula. Estamos todos destrozados y él no lo olvidará en toda su vida
—¡Muy al contrario! Magdalena, te aseguro que llegará un día en el que éste suceso se ira difuminando sobre el reluciente fondo del hechizo que iluminará su futuro. Lo recordará todo como algo lúdico y divertido. Luis es un ser especial e incluso con el tiempo será capaz de escribir sobre esto que hoy te parece tan escabroso.
—Bueno, dibujar bien si que dibuja. — Fue la respuesta de Magdalena.
—Tu niño tiene alma de artista y por eso durante toda su vida se desenvolverá como pez en el agua dentro del mundo de la feminidad, se sentirá cómodo entre mujeres y homosexuales. Por éstos, sentirá respeto y admiración, llevándose muy bien con ellos.
—Por Dios ¿Qué le ha visto usted a mi hijo de maricón? —Preguntó la madre dubitativa y compungida. —No mujer, no es eso. Aclaró doña Ursula riéndose con descaro. Muy al contrario, tu hijo es puramente heterosexual y además será monógamo.
—¿Quiere usted decir que le ha gustado lo que le ha hecho el mono por detrás?
Doña Ursula había comenzado a perder la paciencia ante las escasas entendederas de aquella mujer que, tan bondadosamente, le ofrecía cocido todas las noches, excepto domingos.
—He querido decir que le gustarán la mujeres pero que cuando esté con una, no le pondrá los cuernos con otras ¿Lo comprendes ahora? ¡Leches!
—No me grite usted, doña Ursula, además, ¿por qué tengo que creer esas cosas? Sepa usted, que, aunque me lo ha ocultado, estoy enterada de que se ayuda usted echando las cartas. Espero que no llegue a oídos de mi marido, porque lo de los pitillos lo ha pasado pero le aseguro que no aguanta las supercherías.
Pasaron los días y Luis cada vez dibujaba mejor, tan bien, que doña Ursula temía que pronto se tendría que buscar un plato de puchero caliente en otro lado. Tuvo Luis la idea de hacer un dibujo grande, bastante grande, con el fin de dar una sorpresa a su maestra. Así que le pidió a su amigo Ángel que si podía dibujar en su casa. Este lo consultó con sus padre que estuvieron encantados de dejar que el chico utilizara el salón. Tardó solo tres días en terminarlo y la obra resultó ser espectacular: Mostraba la imagen de una mujer de cuerpo entero. Sobre la parte inferior del papel escribió el título: “Bruja gitana” y debajo, su firma. El padre de Ángel al ver el cuadro lo quiso comprar “Vendrá muy bien en una pared del negocio”. El hombre era propietario de una venta de las afueras de la ciudad, una de esas en donde en aquellos tiempos se hacían juergas con cantaores, bailaoras y putas. Tengo que consultarlo con mis padres, alegó Luis y se llevó el dibujo a casa.
—¡Clavadito! Gritó Magdalena orgullosa. Este se queda aquí; no vamos a dejar que pongan un retrato de doña Ursula en un sitio de esos, vamos que no.

Entre la madre y el hijo habían fijado el retrato en un tablero y puesto éste sobre un caballete. Y lo habían cubierto con una paño para dar una sorpresa a la profesora de dibujo que estaba a punto de llegar. Pero doña Ursula no reparó en el armazón y comenzó la clase como si nada. Terminada la cena la familia se miro con cierta complicidad.
—¿No ha notado usted nada doña Ursula?—La interpelada encogió los hombros. Entonces, poniéndose de un salto ante el caballete, Luis desveló lo que se ocultaba tras el paño y doña Ursula lo miró orgullosa, con un gesto de aceptación. Al acercase leyó el título y entonces su semblante se torno serio.
—¿No le ha gustado? ¿ Tiene algún defecto? Hay que tener en cuenta que Luis está empezando. —Comentó don Juan decepcionado.
—¿Puedo hablar a solas con el niño? —Por supuesto. Respondió el padre sonriente y mostrándole la puerta del dormitorio. La casa no era, ni por un asomo, tan grande como la de la Bigota. — Puede usted llevarlo ahí. Y eso hizo doña Ursula, entrar con Luis y cerrar la puerta
—¿De dónde has sacado tú eso? —Le preguntó en tono de reproche, con voz queda y reprimiendo su ira —¡Yo no soy ni bruja ni gitana! ¿Te enteras? Es verdad que mi aspecto es aflamencado pero yo no soy una bruja como la Bigota. He trabajado mucho para iniciarte en el prodigioso arte de la magia y tú me pagas así, con esta ofensa. Doña Ursula tenia cogido a Luis por los hombros y le zamarreaba. Sentada en filo de la cama y algo más calmada, prosiguió. — Sin embargo, el destino es el destino, así que tendré que volver a reencarnarme para iniciarte en un nuevo talento que nacerá en ti y que utilizarás para lograr enamorarme.
— ¿Será usted mi novia? Se volverá usted joven como la Bigota? —Preguntó Luis con cara de pícaro y frotándose las manos.
— Sí, pero aún tienes que esperar mucho tiempo. La próxima vez tendré la edad perfecta como para que tú puedas ser mi pareja pero dependerá de muchas circunstancias. Quizá seas tú quien me ayude en esa ocasión... por mucho que me pese.
Cuando salieron del cuarto, los padres—mudos y expectantes— estaban esperando el resultado de la charla, No se habían enterado de nada. Sólo habían oído unos balbuceos casi imperceptibles.
—Don Juan, ... doña Magdalena. — Dijo doña Ursula con gran solemnidad— Les quedo muy agradecida por su generosa hospitalidad, pero me despido. No volveré nunca más por esta casa. Luego, se plantó frente al caballete, despegó el retrato y lo rompió en varios trozos. Ya en la puerta y antes de salir, se giró majestuosa. Y echándose el mantón al hombro con porte de faraona, se despidió de Luis: —Sabes, cariño, aunque te parezca imposible, la historia de cada uno de nosotros, venga de donde venga, ha sido escrita por la misma mano.
—Adiós Carmen, dijo Luis. — Adiós, Jesús, hasta la próxima, respondió ella con un guiño de complicidad.

Pasaron los años y Luis, en plena madurez, era un conocido escritor que impartía talleres literarios y que había hecho amistad con una de sus alumnas. Se llamaba Macarena pero él, sin saber por qué, la llamaba Carmen. A ella, al principio le hacia gracia, hasta que la insistente confusión de su profesor acabó por molestarla.
—No me llames Carmen, por favor, soy Macarena. Y así en cada uno de sus encuentros. Un día que Luis tomaba café en casa de su alumna, esta se excusó para ir a la alcoba y desde allí le llamó con una poderosa y extraña voz:
—Ven, Luis— Antes de decidirse a obedecer él lo pensó un poco. Ella insistió ¡Te he dicho que vengas, Luis!
Inmóvil, con la respiración entrecortada Luis permanecía bajo el dintel de la puerta comprobando con asombro como su alumna estaba desnuda y tumbada en la cama.
—Toma, dame un masaje en los talones— le dijo con voluptuoso desparpajo y entregándole un frasquito de cristal. Atónito, sentado en los pies de la cama, Luis lo abrió: Era el aroma de su infancia; aquel embriagante perfume.
—¿Qué significa esto, Carmen?
—¡ No me llames Carmen, Estúpido!... no ves que soy la Bigota.
J.M.





martes, 8 de diciembre de 2009

PARA ARDILLA ROJA



Eres a la única que le he dicho cosas agradables y no me has respondido. Una señal. La Ley de los Contrarios. Te mereces un escobazo de los buenos. Esto va para ti. De todo corazón. Las brujas cuando nos ponemos en plan de ser buenas, somos excelentes. Y damos sorpresas.
Un saludo de soplo de luz de las estrellas ( también somos cursis)





Invocación
Yo:_______________________
(escribe tu nombre con tinta o lápiz de cera)

Invoco:
A la Fuerza y a la Sabiduría infinitas del Universo. A mi Dios, a todos los santos de cualquier creencia o confesión, a los Avatares. A las energías perennes de mis seres desencarnados. A los Seres de Luz. A los Seres Compasivos de otros planos de existencia. A las personas compasivas que son capaces de emitir grandes energías sanadoras, y que aún permanecen en este plano de existencia.

Les pido:
Que me otorguen fe, esperanza y seguridad en lo que pido. Que me envíen Fuerza, Salud, Sabiduría, equilibrio y tranquilidad. Que me envíen su Energía Sanadora y su Infinito Amor Compasivo.

Afirmo:
Que en este momento estoy sintiendo Serenidad, Fuerza y Salud.

Invoco:
Al Yo interno de todos nosotros. A mi Yo interno que todo lo puede.

Le pido:
Que yo acepte la Verdad Infinita. Que me permita aceptar la Sanación, la curación y la inmensa energía infinita que estoy recibiendo en este momento.

Afirmo con total rotundidad:

Que en este momento todo lo impuro de mi cuerpo, de mi mente y de espíritu se disuelve; se aleja de mí para siempre.

Y, como confío en ello, doy las Gracias:

Por todo lo bueno que estoy experimentando en este momento y que estoy recibiendo de la Fuerza y la Sabiduría infinitas del Universo, de mi Dios, de todos los santos de cualquier creencia o confesión, de los Avatares, de las energías perennes de mis seres desencarnados, de los Seres de Luz, de los Seres Compasivos de otros planos de existencia, de las personas compasivas que son capaces de emitir grandes energías sanadoras, y que aún permanecen en este plano de existencia.

Digo: Que asi sea, porque así es, y así ha sido siempre y así será.

Rezar una oración según tu creencia. Leer Siete veces durante tres días impares correlativos. No hacerlo durante la menstruación.

PARA ARDILLA ROJA

Te ha trado bien y no me has contestado. Es una señal. La Ley de los Contrarios. Esto que te envío es algo muy poderoso y muy potente.

Invocación

YO:_________________________________(escribe tu nombre con tinta o lápiz de cera)


Invoco:

A la Fuerza y a la Sabiduría Infinita del Unvierso. A mi Dios, a todos los santos de cualquier creencia y religión, A los ASvatares. A las energías perrennes de mis seres desencardos. A los compasivosa Seres de Luz. A los seres compasivos de otros planos de exitencia. A las personas vivas quie son compasivas y envian energias sanadoras.


Le pido:

Que me otorgen fe, esperanza y seguridad en lo que pido. Que me envien Fuerza, Salud, Sabiduría, equilibrio y tranquilidad.

Que envien su Energia Sanadora y su Infinito Amor Compasivo.


Afirmo:

Que este momento estoy sintiendo Serenidad, Fuerza y Salud.

Invoco:

Al yo Interno de todos nosotros, A mi Yo interno; en donde reside la Fuerza.

Le pido:

Que ayude para que yo acepte La Verdad Infinita. Que me permita aceptar la Sanación, la curación y la Energía que me están enviando en este momento.


Afirmo, con rotundidad:

Que en este momento todo lo impuro de mi cuerpo y mi espiritu se disuelve, se aleja de mi.


Doy las gracias:

Por todo lo bueno y extraordinario que estoy sintiendo en este momento y que

A VECES LAS BRUJAS LEEN



"Cualquiera puede enfadarse, es fácil. Pero estar enfadado con la persona indicada, en el grado correcto y a su debido tiempo, con el propósito oportuno y en la forma adecuada, no es nada fácil."


Aristóteles

lunes, 7 de diciembre de 2009

COCKTAIL EMBRUJADO



He estado navegando por los mundos siderales y no he abierto este blog hasta ahora. Compruebo que hay algunos comentarios nuevos. Voy a responder a todos con esta entrada.
A Maria José Moreno le digo que mi rostro aparece en el primer post que publiqué, el que empieza por ENCANTADORES.... Se trata de un retrato que me hizo el profesor Alberca. Como verás no tengo bigote. No olvido que te he prometido explicar el origen de mi nombre que va unido a mi historia familiar.
En cuanto a Natalia, te informo que el citado profesor Alberca es un catedrático de Historia del Arte retirado, aunque es bastante conocido como dibujante. Fue medalla de oro en la Bienal de Otoño en Paris, es miembro del la Real Academia de San Telmo y su último dibujo se subastó el pasado jueves en el rastrillo de Nuevo Futuro en Málaga y la puja quedó en 6.200 euros. Mañana ceno con él en su casa, le daré tus recomendaciones. El dibujo del cuento lo hizo mi niña con los rotuladores del cole siguiendo mis indicaciones, para siete añitos no está mal. Pero mejor quiero que sea bruja como su tatarabuela, su abuela y su madre. Yo no se dibujar. Lo mío es dar clase de autoestima y pensamiento positivo, subvencionadas por el Instituto de la Mujer de la Junta de Andalucía para mujeres con problemas.
Teresa me habla de cacafonias, ese léxico no entra en mi entorno cultural pero deduzco que fonéticamente es un compuesto de caca y de sonido. Muy rebuscado para decir que mi relato, según tu respetable opinión, es una mierda. Ya se que no me perdonas que haya dicho que es una desconsideración hacia la señora Mercedes mandar un relato que ya has colgado antes y que nada tiene que ver con la Navidad, y encima decirlo. Sincera si que eres. Tengo un remedio muy eficaz para evitar los bostezos: Cuando te aburra el inicio de un relato, no siguas leyendo. Ponte a escribir y no pierdas el tiempo leyendo a principiantes de los que nada puedes aprender. A ti la brujería no te va. Ni los blogeros tampoco. Quieres estar en el plato y las “tajas” No soportas un leve comentario adverso. Yo dije que tu cuento es bueno, muy bueno pero que según tú no era UN CUENTO DE NAVIDAD. A mi no me hunde ni tú ni nadie. Seguro que tu primer cuento te tomó más tiempo que a mi y además no era tan bueno y ...te lo premiaron.

Didac me ha halagado a tope: Dice que soy mala: ¡Qué mejor cosa le puedes decir a una bruja orgullosa y poderosa! Soy de todo, menos triste oscura y resentida. Tu de esto no entiendes nada, ni tienes idea de lo que va. Tu crees que las brujas son las figuritas que venden en los bazares. Pero eres muy inteligente, observador/a y perspicaz: Te has dado cuenta que a los cinco minutos que haber creado y abierto mi blog por primera vez y de haber colgado mi primera entrada... no había comentarios ¡Bravo! Claro, si lo normal es que en esa circunstancias haya una “cola” de blogeros esperando para entrar. Llevas razón he fracasado. Un castigo por ser mala. He intentado entrar en tu blog por cortesía y por maldad, pero sólo aparece un fondo mas oscuro que el manto que me pongo por las noches. Y no muestras nada. Si crees que mereces más visitas te ofrezco una fórmula sencilla: No trates de deslumbrar con fotos bucólicas, colores etc, y pon un fondo simple y claro, y di cosas interesantes. Como hace la señora Mercedes. Y, si eres mujer, conviértete en una bruja mala, malísima. Y si eres hombre, cuelga fotos de señoras buenas con ropita ligera. No me des las gracias por la lección. Cuando tu blog sea transitable te enviaré una escoba para que de buena suerte.
La señora Mercedes es tan diplomática y tan buena anfitriona que sólo me inspira a decirle que (aunque no viene a cuento) no se puede tener todo a la vez. Bueno, bonito y barato es imposible. No podemos hacer un puzzle con un poquito de este, lo mejor del otro y lo deslumbrante de aquel. Porque, al final lo que resulta es el monstruo de Frankenstein, y un monstruo aplasta los etéreos lechos de rosas. Y eso, es todo. No os pongáis “farrucas/os”que soy incansable e Internet es una red libre. El único recurso que os queda es censurar mis comentarios en vuestros blogs, pero no lo haréis porque sois personas correcta y demócratas. Y mi blog, es mío y el éter de todas y todos.
Prometo decir cosas más interesantes que las que se suelen leer por ahí y algo menos pedantes. Me voy que tengo que preparar una cosa para Ardilla Roja que me gustaría colgar esta misma noche. Es un corazón tierno, una mujer esponja, capaz de absorber todo lo bueno que le ofrezcan. La debo una escoba muy especial.
Besillos,

La bruja Bigota

viernes, 4 de diciembre de 2009

SABADOS LITERARIOS DE MERCEDES




EL AMIGO DE "ZAMPABOLLOS"

Cuento casi de Navidad


Acabo de redactar esta insólita crónica en presencia de un guarda forestal que me mira entre confuso, divertido y extrañado. Y, después de haber utilizado el capó de mi coche como improvisado escritorio al aire libre, cierro el ordenador portátil, que aún se posa sobre él, y me dispongo a marcharme.



Hoy es un hermoso día de Navidad. Me he levantado muy temprano y el sol luce radiante. Ya de camino hacia el Parque Natural, compruebo como la gente pasea en mangas de camisa. El milagro del clima mediterráneo. Una vez allí, mi coche queda aparcado en el límite de la entrada al parque y tomo a pie un sendero forestal encaminándome hacia el interior. A mitad del camino abandono la ruta y me adentro en lo más profundo: quiero tomar notas sobre las sensaciones que puedo sentir al observar el aspecto de la espesura del bosque en el que, por cierto, de las ramas no cuelgan carámbanos ni mucho menos copos de nieve. Las notas servirán para emplearlas en la redacción de mi próximo libro. Sentado bajo una encina, describo parte del bucólico paisaje que me rodea y, abstraído en la escritura, sólo escucho el armonioso concierto de sonidos naturales que me ofrece el campo. De repente noto una presencia, alzo la vista de la pantalla del ordenador y veo ante mí un pantalón de pana y unas botas camperas. Levanto la cabeza y compruebo que pertenecen a un hombre de mediana edad, alto y corpulento, que viste una camisa de cuadros grises. –¿No se ha dado usted cuenta de que podía haber destruido la morada de uno de mis amigos? –Me espeta de sopetón. Aunque, eso sí, lo hace en tono educado y amable. Seguro que es uno de esos fanáticos entomólogos naturalistas. Inquieto, me toco el trasero y exclamo:–¡Leches! ¿Espero que no sea un nido de arañas?
–Las arañas no viven ahí pero podía haber sido una seta. Habla despacio, de forma impersonal, sin poner énfasis ni emoción en sus palabras y, aunque su larga barba blanca y sus canas le dan un aspecto bonachón, me inquieta su actitud.–¿Y que insectos habitan en las setas? –Le pregunto.–Los duendecillos de la Navidad no somos insectos, señor.–Responde algo enfadado. Es evidente que me encuentro ante un perturbado y que estoy a solas con él. Lo más prudente es dejar el lugar y volver al coche. Hago el ademán de levantarme pero el hombre me lo impide sujetándome por los hombros con sus manos fuertes y gruesas.–¿Qué es esta caja, señor?–Se fija con interés en el ordenador.–Es un ordenador portátil. Le hablo desganado, preocupado y distante, pero él lo ignora y se pone en cuclillas, inclinándose hacia mí para mirar, fascinado, la pantalla luminosa.
–Es decir, que esa caja puede dar ordenes, ¿no es así?
Me doy cuenta que explicar a un ignorante las variadas funciones que puede desarrollar un ordenador sería perder el tiempo, así que trato de simplificar.
–Es una maquina de escribir, ¿comprende,usted? Al mostrarle lo que tengo escrito, el extraño personaje mete, insolentemente, su cabeza entre la mía y la pantalla. Comienza a leer, en voz alta, lo que acabo de escribir: El sol, al penetrar entre los claros del tupido bosque, produce unos tenues y espesos rayos de luz blanquecina que, al iluminar parte del follaje, crea un sugestivo efecto de contraste con las sombras que proyectan las espesas copas de los árboles. El olor que emana de la tierra es un penetrante bálsamo: una mezcla de musgo, tomillo, jara, romero y de otros aromas que me son desconocidos al olfato. La gama de colores –verdes, pardos y ocres– que se presentan armónicos ante mis ojos, parece estar acorde con el sonido del viento que, silbando entre las ramas, es capaz de componer una perfecta melodía natural.
–¿Y, para qué sirve esto? –Pregunta decepcionado.
–Para que otros lo lean. Ese es mi trabajo; soy escritor.
–Los humanos sois contradictorios. Lo normal sería que viniesen aquí para ver, sentir, oler y experimentar unas emociones que son imposibles de ser trasmitidas de cualquier otra forma. Pero la mayoría de los intrusos que invaden nuestro bosque, sólo se dedican a tomar replicas del paisaje con sus inútiles y pequeños artefactos.
Me doy cuenta de que no es un mentecato: Es un entrometido que se está quedando conmigo, así que trato de dar la conversación por terminada.
–Mire usted señor, tengo que continuar mi trabajo y seguir tomando notas. Necesito privacidad y quiero estar solo. Espero que lo entienda.
–El bosque es de todos y, en cualquier caso, mucho más mío que tuyo. Pero no te preocupes, te dejare tranquilo. Se retira unos cuantos metros, se sienta sobre un montículo y, entrelazando sus gruesos dedos, se rodea las piernas con los brazos por debajo de las rodillas y mira a su alrededor haciendo como que me ignora. Dura poco su quietud, ya que, en silencio y afanosamente, se pone a buscar bayas silvestres entre las zarzas del bosque comiéndoselas con deleite. Es imposible concentrarse teniendo a tan extraño personaje enfrente, así que comienzo a recoger mis cosas: Cierro el ordenador, me ajusto la mochila al hombro y me levanto lentamente, fingiendo cierta despreocupación para no dar sensación de temor. Él también se levanta y me lanza un puñado de moras.–¡Cómelas! Están muy buenas. Para no desairarle, alzo el brazo, atrapo unas cuantas con la mano y las pruebo: Están apetitosas. Su delicado sabor agridulce hace que, distraidamente, coma algunas más y meta el resto en el bolsillo de la mochila. Cuando estoy de pie y dispuesto a marcharme, compruebo que el hombre se ha transformado de forma espectacular: Se ha vuelto bastante más bajo. Ahora tiene la altura de un niño y luce el típico atuendo de los duendes de la Navidad: Blusón y calzas de bayeta verde, mocasines y el imprescindible gorro puntiagudo de color rojo con el borlón blanco.–“Han sido las moras. Son alucinógenas”.–Lo digo sin mover los labios, deduciendo que esa es la causa de mi increíble visión. Respiro hondo e intento no perder la calma: El coche no queda tan lejos y, por lo demás, no me siento mareado ni desorientado, lo único que me pasa es que veo como el hombre se hace cada vez más pequeño, hasta el extremo de que su actual tamaño es ya el de un muñeco de unos quince centímetros, lo cual me obliga a tener que acercarme para verle mejor. La energía de su voz suena acorde a su pequeña caja toráxica. Se da cuenta y me grita: ¡Los humanos, además de contradictorios, sois incrédulos! Nunca habías visto un duendecillo de la Navidad y estás sorprendido ¿Verdad?
–¡Esas malditas bayas que me has hecho comer son las que me han drogado! Sin intención de intimidarle le apunto con el índice y sigo hablándole.–No me voy a dejar sugestionar ¿Te enteras? No podrás hacerme creer que eres un duende de la Navidad. Sé que eres real y que tu aspecto y tu tamaño son normales.
“Una fotografía es objetiva y en ella aparecerá tal como es ”Tras esta lógica deducción, saco mi cámara digital y tomo algunas fotos. A él le divierte tanto que, mezclando su desafiante actitud con unas ladinas carcajadas, comienza a posar adoptando diversas posturas: Grotescas, cómicas y arrogantes. –¡Humano! Nadie te ha dado permiso para hacer eso pero no me importa. Es más, me gustan esos destellos ¿Sabes? Esa copia inmóvil de mí persona la han hecho también otros estúpidos con los que me he topado antes. Lo de “copia inmóvil” me hace recapacitar en que debo tomar un vídeo con el teléfono móvil: Será una prueba irrefutable. Así que, apresuradamente, capto algunos planos de sus traviesos movimientos. Abandono el lugar sin volver la cara, lo más rápido que me permiten mis temblorosas piernas. Y, a pesar de la distancia que nos separa, aún puedo oír su voz apagada por la distancia que, en tono burlón, parece hacer una especie de conjuro.
–¡Invoco a los elementales del bosque para que hagan que esta noche visite tu casa mi amigo Zampabollos!
Confuso, aturdido y sin entender nada, comienzo a correr buscando el camino rural. Cuando encuentro la ruta, suspiro algo más tranquilo ya que, aunque continúo estando en el bosque, éste me parece ahora más cálido y hospitalario gracias a que me cruzo con un grupo de escolares escoltados por su monitor. Al llegar al sitio en donde tengo aparcado el coche compruebo que un guarda forestal parece estar esperándome junto a él.
–Aquí no puede usted estacionar, se ha dejado atrás la zona de aparcamientos del parque. Comprendo que sería imposible pretender que este hombre crea lo que estoy deseando contarle y, mucho menos, que entienda lo que me pasa. Así que me contengo y le pido excusas mostrándome educado. Sacando el puñado de moras de la mochila, le pregunto.–¿Sabe usted si son comestibles?–Claro que sí,– me dice mientras toma una y se la mete en la boca– están muy ricas pero esta especie es muy difícil de encontrar, ¿puedo coger otra?Le entrego todo el puñado y espero a que se las coma y le hagan efecto.
–¿Cómo me ve?- pregunto.
–Bastante nervioso, creo que debería usted calmarse antes de coger el coche. El guarda responde sin dar síntomas de alteración. Yo me animo a poner mi cámara digital en sus manos y le pido que mire en la pantalla del visor. –Son las fotos que acabo de tomar a un insolente que merodea por el bosque ¿Conoce usted a este hombre?
–Mire, amigo, con usted son ya varios los que nos muestran esas fotos, –sonríe devolviéndome la cámara– lo cierto es que, aunque nosotros aún no hemos podido encontrarlas, a alguien le ha dado por dejar figurillas de Papá Noé en las zonas más apartadas del bosque, puede que sean los estudiantes, en fin...creo que es una broma inocente. Sin decir nada, activo el vídeo del móvil y le muestro las imágenes en movimiento. –¡Hay que ver como avanza la tecnología! –comenta, indiferente, el guarda– con ese móvil puede usted incluso animar las imágenes del muñequito. Frustrado ante su incredulidad, miro la pantalla para ver al duende de la Navidad saltando y haciendo burlas. Me resigno y, forzando una sonrisa, muevo la cabeza afirmativamente a la vez que algo me viene de pronto a la memoria y, consciente de que me toma por un chiflado, no me importa volver a preguntarle. –¿Sabe usted que es el Zampabollos?– Sí, el nombre de un restaurante que no está muy lejos de aquí. –Y, ¿qué significa?– Bueno, según cuentan algunos de los monitores que muestran el parque a los chicos, es el nombre de un duendecillo casero que habitaba en los fogones y se comia los bollos de dulce durante la víspera de Navidad. Cuentan que vivía en las casas de campo de estos alrededores y, que en Nochebuena, asustaba a los lugareños haciendo travesuras, sobre todo trepando por las ollas y los pucheros... es una leyenda del folclore autóctono de esta zona.”



Me despido del guarda forestal, pongo el coche en marcha y, preocupado por lo que me pueda ocurrir esta noche, me prometo a mí mismo que haré todo lo posible para que los incrédulos lleguen a conocer la existencia de los duendecillos de la Navidad.

“La Bigota"

”Benalmádena, diciembre de 2009

miércoles, 2 de diciembre de 2009

LOS ENCANTADORES, LAS SERPIENTES Y ...LAS VÍVORAS





Existen "Encantadores de Serpientes" porque existen serpientes a las que nos encanta dejarnos encantar. Ninguno de los dos somos peligrosos y ambos disfrutamos con el juego.

Los "Encantadores de Serpientes" ignoran a las vívoras porque saben que estas no les gusta el juego del encantamiento. Las vívoras se solazan empozoñando a las serpientes con el veneno de la duda, so prestesto de protegerlas de las malas artes de los encantadores: Ni comen ni dejan comer.

Yo, como bruja nunca me convierto en sapo; me transmuto en serpiente. No necesito escoba para volar... con mi imaginación me basta.


La Bigota

martes, 1 de diciembre de 2009

SABADOS LITERARIOS DE MERCEDES




EL AMIGO DE "ZAMPABOLLOS"

Acabo de redactar esta insólita crónica en presencia deun guarda forestal que me mira entre confuso, divertido y extrañado. Y, después de haber utilizado el capó de mi coche como improvisado escritorio al aire libre, cierro el ordenador portátil que aún se posa sobre él y me dispongo a marcharme.

Hoy es un hermoso día de Navidad. Me he levantado muy temprano y el sol luce radiante. Ya de camino hacia el Parque Natural, compruebo como la gente pasea en mangas de camisa. El milagro del clima mediterranéo. Una vez allí, mi coche queda aparcado en el límite de la entrada al parque y tomo a pie un sendero forestal encaminándome hacia el interior. A mitad del camino abandono la ruta y me adentro en lo más profundo: quiero tomar notas sobre las sensaciones que puedo sentir al observar el aspecto de la espesura del bosque en el que, por cierto, de las ramas no cuelgan carambanos ni mucho menos copos de nieve. Las notas servirán para emplearlas en la redacción de mi próximo libro.
Sentado bajo una encina, describo parte del bucólico paisaje que me rodea y, abstraído en la escritura, sólo escucho el armonioso concierto de sonidos naturales que me ofrece el campo. De repente noto una presencia, alzo la vista de la pantalla del ordenador y veo ante mí un pantalón de pana y unas botas camperas. Levanto la cabeza y compruebo que pertenecen a un hombre de mediana edad, alto y corpulento, que viste un jersey de cuadros grises.
–¿No se ha dado usted cuenta de que podía haber destruido la morada de uno de mis amigos? –Me espeta de sopetón. Aunque, eso sí, lo hace en tono educado y amable. Seguro que es uno de esos fanáticos entomólogos naturalistas.
Inquieto, me toco el trasero y exclamo:
–¡Leches! ¿Espero que no sea un nido de arañas?
– Las arañas no viven ahí pero podía haber sido una seta.
Habla despacio, de forma impersonal, sin poner énfasis ni emoción en sus palabras y, aunque su larga barba blanca y sus canas le dan un aspecto bonachón, me inquieta su actitud.
–¿Y que insectos habitan en las setas? –Le pregunto.
–Los duendecillos de la Navidad no somos insectos, señor.–Responde algo enfadado.
Es evidente que me encuentro ante un perturbado y que estoy a solas con él. Lo más prudente es dejar el lugar y volver al coche. Hago el ademán de levantarme pero el hombre me lo impide sujetándome por los hombros con sus manos fuertes y gruesas.
–¿Qué es esta caja, señor?–Se fija con interés en el ordenador.
–Es un ordenador portátil.
Le hablo desganado, preocupado y distante, pero él lo ignora y se pone en cuclillas, inclinándose hacia mí para mirar, fascinado, la pantalla luminosa.
–Es decir, que esa caja puede dar ordenes, ¿no es así?
Me doy cuenta que explicar a un ignorante las variadas funciones que puede desarrollar un ordenador sería peder el tiempo, así que trato de simplificar.
–Es una maquina de escribir, ¿comprende, usted?
Al mostrarle lo que tengo escrito, el extraño personaje mete, insolentemente, su cabeza entre la mía y la pantalla. Comienza a leer, en voz alta, lo que acabo de escribir:
El sol, al penetrar entre los claros del tupido bosque, produce unos tenues y espesos rayos de luz blanquecina que, al iluminar parte del follaje, crea un sugestivo efecto de contraste con las sombras que proyectan las espesas copas de los árboles. El olor que emana de la tierra es un penetrante bálsamo: una mezcla de musgo, tomillo, jara, romero y de otros aromas que me son desconocidos al olfato.
La gama de colores –verdes, pardos y ocres– que se presentan armónicos ante mis ojos, parece estar acorde con el sonido del viento que, silbando entre las ramas, es capaz de componer una perfecta melodía natural.
–¿Y, para qué sirve esto? –Pregunta decepcionado.
– Para que otros lo lean. Ese es mi trabajo; soy escritor.
–Los humanos sois contradictorios. Lo normal sería que viniesen aquí para ver, sentir, oler y experimentar unas emociones que son imposibles de ser trasmitidas de cualquier otra forma. Pero la mayoría de los intrusos que invaden nuestro bosque, sólo se dedican a tomar replicas del paisaje con sus inútiles y pequeños artefactos.
Me doy cuenta de que no es un mentecato: Es un entrometido que se está quedando conmigo, así que trato de dar la conversación por terminada.
–Mire usted señor, tengo que continuar mi trabajo y seguir tomando notas. Necesito privacidad y quiero estar solo. Espero que lo entienda.
–El bosque es de todos y, en cualquier caso, mucho más mío que tuyo. Pero no te preocupe, te dejare tranquilo.
Se retira unos cuantos metros, se sienta sobre un montículo y, entrelazando sus gruesos dedos, se rodea las piernas con los brazos por debajo de las rodillas y mira a su alrededor haciendo como que me ignora. Dura poco su quietud, ya que, en silencio y afanosamente, se pone a buscar bayas silvestres entre las zarzas del bosque comiéndoselas con deleite. Es imposible concentrarse teniendo a tan extraño personaje enfrente, así que comienzo a recoger mis cosas: Cierro el ordenador, me ajusto la mochila al hombro y me levanto lentamente, fingiendo cierta despreocupación para no dar sensación de temor. Él también se levanta y me lanza un puñado de moras.
–¡Cómelas! Están muy buenas.
Para no desairarle, alzo el brazo, atrapo unas cuantas con la mano y las pruebo: Están apetitosas. Su delicado sabor agridulce hace que, distraídamente, coma algunas más y meta el resto en el bolsillo de la mochila.
Cuando estoy de pie y dispuesto a marcharme, compruebo que el hombre se ha trasformado de forma espectacular: Se ha vuelto bastante más bajo. Ahora tiene la altura de un niño y luce el típico atuendo de los duendes de la Navidad: Blusón y calzas de bayeta verde, mocasines y el imprescindible gorro puntiagudo de color rojo.
–“Han sido las moras. Son alucinógenas”.–Lo digo sin mover los labios, deduciendo que esa es la causa de mi increíble visión.
Respiro hondo e intento no perder la calma: El coche no queda tan lejos y, por lo demás, no me siento mareado ni desorientado, lo único que me pasa es que veo como el hombre se hace cada vez más pequeño, hasta el extremo de que su actual tamaño es ya el de un muñeco de unos quince centímetros, lo cual me obliga a tener que acercarme para verle mejor. La energía de su voz suena acorde a su pequeña caja toráxica. Se da cuenta y me grita:
–¡Los humanos, además de contradictorios, sois incrédulos! Nunca habías visto un duendecillo de la Navidad y estás sorprendido ¿Verdad?
––¡Esas malditas bayas que me has hecho comer son las que me han drogado!
Sin intención de intimidarle le apunto con el índice y sigo hablándole.
–No me voy a dejar sugestionar ¿Te enteras? No podrás hacerme creer que eres un duendecillo del bosque. Sé que eres real y que tu aspecto y tu tamaño son normales.
–“Una fotografía es objetiva y en ella aparecerá tal como es” –Tras esta lógica deducción, saco mi cámara digital y tomo algunas fotos. A él le divierte tanto que, mezclando su desafiante actitud con unas ladinas carcajadas, comienza a posar adoptando diversas posturas: Grotescas, cómicas y arrogantes.
–¡Humano! Nadie te ha dado permiso para hacer eso pero no me importa. Es más, me gustan esos destellos ¿Sabes? Esa copia inmóvil de mí persona la han hecho también otros estúpidos con los que me he topado antes.
Lo de “copia inmóvil” me hace recapacitar en que debo tomar un video con el teléfono móvil: Será una prueba irrefutable. Así que, apresuradamente, capto algunos planos de sus traviesos movimientos.
Abandono el lugar sin volver la cara, lo más rápido que me permiten mis temblorosas piernas. Y, a pesar de la distancia que nos separa, aún puedo oír su voz apagada por la distancia que, en tono burlón, parece hacer una especie de conjuro:
–¡Invoco a los elementales del bosque para que hagan que esta noche visite tu casa mi amigo Zampabollos!
Confuso, aturdido y sin entender nada, comienzo a correr buscando el camino rural. Cuando encuentro la ruta, suspiro algo más tranquilo ya que, aunque continúo estando en el bosque, éste me parece ahora más cálido y hospitalario gracias a que me cruzo con un grupo de escolares escoltados por su monitor. Al llegar al sitio en donde tengo aparcado el coche compruebo que un guarda forestal parece estar esperándome junto a él.
–Aquí no puede usted estacionar, se ha dejado atrás la zona de aparcamientos del parque.
Comprendo que sería imposible pretender que este hombre crea lo que estoy deseando contarle y, mucho menos, que entienda lo que me pasa. Así que me contengo y le pido excusas mostrándome educado. Sacando el puñado de moras de la mochila, le pregunto.
–¿Sabe usted si son comestibles?
–Claro que sí, –me dice mientras toma una y se la mete en la boca– están muy ricas pero esta especie es muy difícil de encontrar, ¿puedo coger otra?
Le entrego todo el puñado y espero a que se las coma y le hagan efecto.
–¿Cómo me ve?
–Bastante nervioso, creo que debería usted calmarse antes de coger el coche.
El guarda responde sin dar síntomas de alteración. Yo me animo a poner mi cámara digital en sus manos y le pido que mire en la pantalla del visor.
–Son las fotos que acabo de tomar a un insolente que merodea por el bosque ¿Conoce usted a este hombre?
– Mire, amigo, con usted son ya varios los que nos muestran esas fotos, –sonríe devolviéndome la cámara– lo cierto es que, aunque nosotros aún no hemos podido encontrarlas, a alguien le ha dado por dejar figuritas de Papá Noel en las zonas más apartadas del bosque, puede que sean los estudiantes, en fin...creo que es una broma inocente.
Sin decir nada, activo el video del móvil y le muestro las imágenes en movimiento.
–Hay que ver como avanza la tecnología, –comenta, indiferente, el guarda– con ese móvil puede usted incluso animar las imágenes del muñequito.
Frustrado ante su incredulidad, miro la pantalla para ver al duendecillo de la Navidad saltando y haciendo burlas. Me resigno y, forzando una sonrisa, muevo la cabeza afirmativamente a la vez que algo me viene de pronto a la memoria y, consciente de que me toma por un chiflado, no me importa volver a preguntarle:
–¿Sabe usted que es el Zampabollos?
– Sí, el nombre de un restaurante que no está muy lejos de aquí.
–Y, ¿qué significa?
– Bueno, según cuentan algunos de los monitores que muestran el parque a los chicos, es el nombre de un duendecillo casero que habitaba en los fogones durante la vispera de Navidad. Cuentan que vivía en las casas de campo de estos alrededores y, que en Nochebuena, asustaba a los lugareños haciendo travesuras, sobre todo trepando por las ollas y los pucheros... es una leyenda del folclore autóctono de esta zona.”

Me despido del guarda forestal, pongo el coche en marcha y, preocupadopor lo que me pueda ocurrir esta noche, me prometo a mí mismo que haré todo lo posible para que los incrédulos lleguen a conocer la existencia de los duendecillos de la Navidad.



“La Bigota”
Benalmádena, diciembre de 2009.

LA VENTANA


Es el símbolo de la receptividad de la Luz. Esotericamente es nuestra entrada y salida de comunicación entre lo interno y lo externo.

Según nuestro grado de iniciación seremos capaces de ver "el paisaje"en el que estamso inmersos.

Asomarse a una ventana psicomagica es abrirse hacia dentro y hacia fuera a la misma vez, es decir, es recibir o dar la Luz del entendimiento.

EL UMBRAL

Es la transición de un lugar a otro; algo que hay que
traspasar para pasar de un estado a otro; de la ignorancia
al Conocimiento pleno.
El umbral es la parte inferior de la entrada a otros mundos y
por lo tanto es lo opuesto al dintel o arco superior.
Para traspasar "el umbral" hay que poner los pies en el suelo
sin necesidad de mirar hacia abajo o hacia arriba.
Se considera sagrado si es la entrada al mundo del Conocimiento pleno.
Para ello es pasar por los diverso grados de Iniciación y someterse
a la purificación antes de pisarlo.